Hoy, en la feria, me ofrecieron listas para votar el 27. Eso y la lectura del artículo cuyo link adjunto me impulsaron a escribir este aporte reflexivo, que va especialmente dedicado a mis amigos frenteamplistas. Sin sorna alguna, de corazón, con la compasión en su mejor acepción (padecer con) que me permite el hecho de (hace muchos años, como el autor del citado artículo) haber estado “ahí” y sentido “así”; y la ventaja de haberme dado cuenta de (y renunciado a) lo que, décadas después, les sigue atormentando.
Es meridianamente claro: desde la cerrazón electoral utilitaria o del “antes me corto la mano”, el tema no tiene solución. Pero mis amigos son demasiado inteligentes y sanos como para seguir padeciendo nomás por eso.
Por eso, escribo. Al tema.
Desde 1988 no tengo Partido, pero -si varias objeciones no me lo impidieran- bien podría ejercer el sufragio a favor del candidato que me pareciera. La primera objeción es ética: no soy frenteamplista y me parece impropio decidir el destino de otros fijándoles autoridades cuyo gobierno luego no he de padecer. Es el mismo argumento por el que me opongo al voto epistolar, consular o cualquier ingeniosa variante con la que se pretenda vestir la iniciativa rechazada en las urnas en 2009, por 7 de cada 10 uruguayos.
No tengo partido ni razones para violentar mi marco ético, pero no me da ganas de romper mis caros, arcaicos y desusados principios por algo así. Lo mismo parece sucederle (según escucho) a un altísimo porcentaje no ya del millón y pico de votantes sino de los simpatizantes, afiliados y hasta militantes del conglomerado tricolor. La pregunta de rigor es: ¿por qué no tienen ganas ellos, que sí son frentistas?
Yo creo que sé por qué; y hay que reconocer que tienen razón: la elección es perfectamente inútil.
Los están convocando a elegir al continuador de la obra de Brovetto, que es más o menos como ofrecerles ser el muerto más sano del cementerio; porque a lo que los están llamando es a designar a quien ha de ejercer el NO poder en su querido Frente Amplio.
Claramente diferente sería si los convocaran a elegir una Constituyente frentista, una como la que tanto bien parece le haría al país (al punto de tenerla en el sacrosanto Programa). Una que cambiara el Estatuto que astutamente redactaron los aparatchnik del PC e hicieron aprobar a los incautos socialdemócratas (socialcristianos, batllistas y blancos desilusionados, rebeldes o como gustes llamarles a éstos y a todos aquellos) que se sumaron como independientes al llamado del General a “todos los orientales honestos”. Estatuto brutalmente antidemocrático, dicho sea de paso, que incorpora privilegios electorales que vulneran el marco constitucional vigente y deja trancada su eventual modificación con siete candados cuyas siete mágicas llaves están en manos de ¿adivina quién? ¡Siiiiii! De quienes lo redactaron y, por ello, tienen el privilegio de que su voto valga muchísimo más que el de cualquier ciudadano. En mano de los que deciden lo más importante, mandando a piacere (pese a su esmirriada votación) junto a sus archi-enemigos históricos (los ultras), que vieron cómo venía la mano y se metieron de lleno en esa fuente de la eterna distorsión del peso electoral llamada “las Bases”.
Lejos estamos, lamentablemente, de ello, pero (en lugar de las cuatro repetidas figuritas renovadoras cuyas edades sumadas pasan los dos siglos) podrían postular a un joven Premio Nobel, que el mismo puñadito iría a votar. Podría hasta ganar incluso el novelado, pero nada cambiaría ni cambiaría; salvo que (y eso da igual gane quien gane) ya no deberemos ver tanto a Ramsés sin vendas ejercer el oprobio retórico en perjuicio de la realidad y la lógica. Nada más.
La gente no se moviliza porque, a pesar de lo que algunos parecen creer, no es boba.
El Presidente del Frente, sea quien sea, no puede cambiar la Constitución partidaria, sino que debe ceñirse a ella y, en su aberrante marco, lo más que le autorizan es a decidir de qué color se pintan las paredes o el tamaño de pasacalles y listas; pero deberá seguir bregando (lanza romántica de Alonso Quijano en mano y cota de malla hecha con la maraña del Partimiento o Moviartido) por el Frigorífico Nacional, la Flota pesquera estatal, el no pago de la Deuda y todos los probadamente absurdos reclamos sesentistas, estatizantes y retrógrados; esqueleto y carne del Frankenstein gubernativo denominado “Programa”. Y convalidar eso no es para cualñquier estómago. En las nacionales, puede ser, porque lo ue está en juego es "que no vuelva la Derecha", el corral de ramas retórico que aún se permiten los que tienen miedo de perder todo por tratar de dejar de perder tanto como pierden en valores liberales y republicanos hoy, por un puñado de cargos y la sensación de intentarlo con la antigua herramienta.
La verdad, si llamaran a una Constituyente, en una de esas me afiliaba e iba a votar. Y, si ganáramos, en una de esas me hacía frentista de nuevo.
Pero, para esto, me quedo en casa.
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