viernes, 23 de marzo de 2012

Algo huele a quemado en la (otrora) muy fiel y reconquistadora

Hoy, jueves 22 de marzo, finalmente tuve acceso al auto de Procesamiento de los dos enfermeros de pública notoriedad; y, tras su lectura, me voy a reafirmar en mis trece de todo lo que he dicho hasta el momento. No es pecado de soberbia sino simple confirmación que si uno suma algún conocimiento, memoria, intuición y deducción lógica, puede construir opiniones más o menos aceptadas pero defendibles sin caer en la cerrazón auto complaciente.

De cuanto dije en denuesto de Prensa, políticos oportunistas y opinión pública versión turba medieval, no he de cambiar una letra y allí está todo lo escrito a lo largo de la semana con la dureza de lo incambiable. En este tema, y por una semana, soy de los que resisten archivo.

Para evitar el escarnio para-lógico de falsa oposición en que caen quienes me acusan de defender a los enfermeros, digo: desde mi modestísimo punto de vista son, en el marco legal actual, culpables confesos de actos médicos que resultaron en la muerte de un número indeterminado de pacientes. Punto. Todo lo demás, (Ángeles de la Muerte, los asesinos seriales de la Historia en macabra competencia vía SMS, etc. etc.) es cháchara, griterío de la chusma con aliento a ordalía, repulsa hipócrita y oportunista en cuyo cerno hay cosas que presiento y siento muy pero muy oscuras sobre las que más adelante me extenderé.

Tal vez, nuevas indagatorias y probatorias consigan arrojar más luz sobre el caso pero, hoy, nada hay que me mueva a cambiar de opinión respecto de lo que vengo sosteniendo; mucho menos acerca de la necesidad de reflexionar (y actuar) sobre de los problemas de fondo que desnudó el caso.

El procesamiento (Objeción)

Leo, releo y me pregunto: ¿por qué será que no me asombra que el Juez sostenga que procesa porque él dice que había intención de matar, mientras ambos acusados se mantienen en sus trece de que los inspiraba el deseo de hacer dejar de sufrir y (a estar por lo expresado) no hay un solo testimonio o prueba que demuestre lo contrario? La diferencia penal es notoria: de confesos de actos que resultan en muerte pasan a culpables de homicidio especialmente agravado. Y la pena es enormemente diferente.

El informe del Dr. Patritti suministra datos interesantes: “…no se encontró una causa concluyente e irrebatible de esos fallecimientos”, TODOS ”… los pacientes fallecidos eran casos graves… pero en la mayoría de ellos “no esperábamos un desenlace agudo”.

¿Da ello algún indicio acerca del padecimiento que enfrentaban, que permita inferir que no sufrían y que la piedad no está detrás? No: simplemente determina que estaban graves pero dice el Dr. Patritti que no iban a morir inmediatamente.

Los testimonios de todos los funcionarios hablan de “comentarios”, “rumores acerca del poder de XX sobre los pacientes”, de que no sabían lo que hacían (los enfermeros), pero sí que “lo que supuestamente les inyectan causa ronquidos, falta de aire y bradicardia”. Comentarios, oídas, supuestos. En las películas, “Objeción, Ha lugar, no se anota, el Jurado no considerará lo dicho por el testigo”. Acá se ve que es distinto el Derecho.

La convicción del Juez está basada en la confesión (de los actos médicos), apuntes circunstanciales y testimonios de oídas, o sea, nada que defina con claridad lo que él afirma rotundamente. Nadie los vio hacerlo ni, mucho menos (con lo que se conoce) puede PROBAR su intención de matar. Entonces me pregunto: ¿tiene el Dr. Vomero la cualidad extraordinaria de saber que las confesiones acerca de los hechos son verdaderas pero no las que atañen a la intención? ¿Cómo, si no la tiene, discrimina “esto es verdad esto es mentira? Si sobre esto se asienta la convicción de intención homicida no piadosa, los defensores pueden tener cierta chance.

Hay una contradicción flagrante entre lo que dice el Juez que declararon los imputados y una aseveración en la que afirma algo que antes negó: “… JAAA admitió que le puso la medicación para que falleciera”. (pág. 8, pie) ¿Confesó o no el acusado la intención de matar?

¿Cómo se compadece esta intención que el Juez afirma existió con las declaraciones de los acusados: JAAA: “son pacientes que uno los ve sufrir… si mi madre o mi padre estuvieran en una situación así, yo me acercaría a un médico para que lo sedaran…No fue con el fin de matar a nadie”? MP: “Hay pacientes que son irreversibles y muchas veces, no sé por capricho de quién, no se toman determinaciones como sedarlos y que por fin puedan descansar en paz”. “… no eran al azar… se trataba de pacientes en etapa terminal… en sufrimiento continuo…” “Llega un momento en que no se puede tolerar tanto sufrimiento, llegó al límite de mi persona, tomé una decisión de parar, de hacer que la gente dejara de sufrir… reitero mi intención no era matar sino permitir descansar”.

Aquí no se trata de compartir o no su tesitura, sino de señalar que eso es lo que dicen los acusados y es obligación del Fiscal PROBAR lo contrario para procesarlos por Homicidio muy especialmente agravado. Eso es lo que me dicen los Abogados que consulto (pero bajito: nadie quiere sacar la cara por estos desgraciados y andar meneando tecnicismos delante de un Juez al que, en una de esas, tengo que enfrentar en un caso mío.

Otra pregunta que (me) hago: ¿por qué razón no mataban a todos los pacientes que podían, si el motivo de matar era el delirio homicida del que los acusa tanta gente y se trataba de la famosa competencia que denunció el impresentable Ministro Bonomi?

De los cientos de mensajes de texto encontrados en el celular de uno de ellos, resulta que sólo hay UNO que dice: Fulano “… le dio un medicamento a un paciente y ahora lo están reanimando”. Para el ministro parlanchín, eso es prueba concluyente de asociación para delinquir y conspiración seguida de actos preparatorios. ¿Será por aquello de “piensa el ladrón que todos son de su misma condición o habrña andado leyendo fallos viejos de la Justicia cuando el reo era él? La Constitución permite al Ministro Bonomi decir cualquier cosa (igual que a mí) mientras no difame o injurie; como no lo hago al reiterar que deshonró su investidura y colaboró, sin mérito ni necesidad, a aumentar la alarma pública y, con ella, la presión sobre el Poder Judicial.

Volvamos al Juez Vomero, que es el que lleva el caso: el Código del Proceso le da derecho a proceder así, por supuesto, lo cual no quiere decir que a mí deba parecerme bien; mucho menos cuando su actitud configura una tendencia. Hablamos de un Juez que ha merecido la descalificación implícita (nada menos que por el Dr. Mario Langón, una eminencia en Derecho Penal) en un alegato que incluye párrafos como este:

“El Sr. Juez, como la Sra. Fiscal, en realidad no sabe nada de lo que pasó, al extremo de afirmar, no obstante imputar coautoría, que Dalmao podría ser el autor material, según las nulas pruebas que refiere en el numeral 8 de su fallo (absurdas y supuestas “pruebas” que no son tales, porque son dichos de dichos de terceros desconocidos, sobre frases escuchadas al azar y pronunciadas por anónimos soldados, comentarios vagos de creencias no probadas, en definitiva los clásicos y desechables “testimonios de oídas”)”.

Antes de que el gallo cante, tres veces me negarás

Triste noticia de último momento: Vengo de saber que el Sindicato dejó de pagar la Defensa de su integrante. Linda lealtad de la clase trabajadora. Si sólo merecieran defensa los inocentes, jodido estaría el Derecho y más llenas las cárceles.

He descripto la cancha, el planteo del equipo estatal y el árbitro de esta contienda. Paso ahora a la tribuna, señalando que, en estas circunstancias, no puede sino haber olor a asado.

Arde, bruja, arde

Desde el principio sentí que este caso era una quema de brujas y el paso de los días me lo ha ido confirmando.

Primero señalé la ausencia de datos que sostuvieran las acusaciones de la noticia inicial de El País. Pues los que han ido apareciendo permitirían una defensa plausible a cualquier abogado normal (no parece ser el caso de una de ellos), que tuviera los huevos como para enfrentar a un Juez (que, a mi entender, prejuzgó sobre la base no sé si de un “piedeletrismo” exacerbado, sus propios valores religiosos, una mezcla de ambos o vaya uno a saber qué razones) y también a la opinión pública convertida en masa aulladora sedienta de venganza.

De corazón: me preocupa el fenómeno social desatado. ¿Qué extraordinaria fuerza operó sobre los normalmente moderados y cautos Orientales, tal que logró despertar en los gentiles Dr. Jeckyll criollos a los siniestros Mr. Hyde que pueblan cuanto foro atiende el tema?

Yo creo que el fuego que inflama a la gente ha sido avivado por el viento de una Prensa tan irresponsable y amarilla como se pueda pedir, aplicado sobre las brasas del oscuro sentimiento de culpa que deviene de la doble moral (de honda raigambre clerical) que les lleva a enfrentar la duplicidad de condenar a los gritos a los reos y saberse cada uno cómplice o coautor en situaciones en las que la diferencia entre ellos y los dos pobres tipos que han puesto en la pira es, precisamente, la ausencia de esa complicidad.

Ni más ni menos, según los acusados dicen y nadie puede probar que sea falso, lo que hicieron fue tomar, muchas veces y por cuenta propia, una decisión que normalmente toman los familiares exhaustos de dolor propio y ajeno junto a médicos que honran su deber verdadero (que no es prolongar protocolarmente el padecimiento sino hacer que la vida de sus pacientes merezca ese nombre).

No entro a analizar si está bien o no que eso suceda, ni si estuvo bien o no lo que hicieron Acevedo y Pereira; eso sería mezclar mi propio juicio moral y no se trata de ello sino de encontrar luz en la siniestra oscuridad que se cierne sobre nosotros en estos días.

“Asco y miedo” titulé mi columna más dura (hasta hoy) al respecto. Con lo que tengo de información agregada, lamento no haber podido perder ninguna de las dos sensaciones; como tampoco pierdo la esperanza de que este asunto nauseabundo nos ayude a madurar como Sociedad.

Quiera la vida darnos una clase política que sepa promover los cambios constitucionales y legales que nos den, como adultos y libres que somos, control absoluto sobre nuestra vida y nuestra muerte. (Iba a decir “nos lo merecemos” pero, atento a nuestro comportamiento social de estos últimos días (¿años?) me parece que es más un reclamo filosófico mío que un merecimiento general).

En cualquier caso, es como debería ser.


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