miércoles, 13 de abril de 2011

Artiguismo posmoderno (el día después de la votación)












El titular de La República ("Dos conciencias, dos conductas. Renunció Huidobro, no renunció Saravia") pretende designar como un acto de dignidad, eventualmente redentor y de calidad superior a la de su colega Jorge Saravia, la decisión del Senador Fernández Huidobro de renunciar a su banca tras votar afirmativamente un proyecto que definió equivocado, peligroso, inconstitucional y anti democrático; contra el cual está.

No me parece.

El Senador Fernández Huidobro tuvo tres posibilidades:

1) Pudo acatar el mandato del Soberano, como le indicaba su conciencia y bancársela después, como hará Saravia (*)

2) Pudo actuar cobarde y cómodamente, como el Senador Nin que, a sabiendas de estar permitiendo la consagración de una barbaridad, no hizo valer su derecho ni sus convicciones, pero seguirá yendo al Senado y cobrando su salario.

3) Hacer lo que hizo, que no es otra cosa es desconocer el mandato popular para acatar el de su Partido y después, con el tema decidido en contra de su parecer y sus principios, pero con su voto, dejar su banca.

Yo, elector desairado cuya única defensa contra los bárbaros es el Derecho atropellado por esta Ley: ¿lo voy a aplaudir por inmolarse después de traicionarme?

Me parece que no, pero estoy abierto a que me convenzan.


SAVAP

Eldo Lappe

(*) El Senador Saravia me desconcierta, porque ejerce los principios pero no del todo; que es como ser un poco virgen. Más allá de coincidir con su decisión de respetar al electorado todo y desacatar a la interna de su cooperativa electoral, me parece que está haciendo lo mismo que hizo el omniflotante Víctor Vaillant cuando se quedó con con la banca de la CBI después de abandonar la Corriente; cosa que por entonces reprobé y me sigue pareciendo mal. Los votos son casi siempre del Partido y casi nunca del candidato; máxime en casos como los citados. Lo que, a mi modesto entender, debió suceder es que Saravia votara según su conciencia y después se fuera para su casa, a cosechar los dulces frutos de la dignidad.

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