martes, 7 de junio de 2011

Brum, Quebracho, una ética olvidada y dos sueños que no

Cada 31 de marzo, algunos conmemoramos el gesto de Don Baltasar Brum pegándose un tiro en la puerta de su casa porque la institucionalidad (máximo escudo de los débiles y soporte político de lo que conocemos como civilización) había sido vulnerada por el Presidente Gabriel Terra dando un Golpe de Estado.

Bien entrado junio, aún me duele el inaceptable olvido general. Inaceptable, que no inexplicable: no está en la Agenda de los Medios y, evidentemente, si no está en la tele, la radio o Tweeter o FB, no existe. Viene a mí una frase que, cada tanto, rememoro. "Los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo". Hablo, claro, del pasado verdadero, del episteme histórico, no del pasado que se inventa caprichosamente, intentando el mentiroso (en vano, quiero creer) perpetuarse en la falsa memoria colectiva; como esa que hoy le encajan a los gurises en goebbeliana y vistosa versión con foto de Ramón 1º y todo. Quiera Dios que me equivoque en el caso. O que, al menos, la merecida condena no se cumpla en lo que me quede de vida. No siento merecerlo, así sea, por este tipo de recuerdos, reconocimientos y pataleos que frecuentan mi corazón.

Hay otro hecho en nuestra Historia que merece, también, un lugar de destaque en el tesoro memorioso y afectivo popular; cuya conmemoración correspondería por estas fechas y pasó casi tan inadvertido como aquél: la llamada “Revolución de Quebracho”. Tuvo lugar la última semana de marzo de 1886, cuando la flor y nata de la juventud ilustrada del país se alzó en armas contra el dictador Máximos Santos.

A la mayoría poco o nada nos hablaron de esto. Confío en tu interés y curiosidad y respondo a tu previsible pregunta: ¿Por qué me tendría que importar una más de las revueltas en la que se dio en denominar, con amarga precisión, "tierra purpúrea"? ¿Qué fue lo que pasó en Quebracho que merece recordarse?

Con el cuidado desorden que me caracteriza, respondo: casi nada. Al menos a estar por los cursos de Historia (y sus libros de texto), que sobrevuelan con injusta fugacidad y nada que valga la pena dicen, respecto del período de mayor modernización del país en el Siglo XIX: "el Militarismo". ¿Te acordás cuánto estuviste con el tema cuando estudiabas, lector?

Como, dado que seguís leyendo, no tenemos nada mejor que hacer, te cuento; y vos dirás si vale la pena. Empiezo por decir que, como pocas -muy pocas- veces, hay grandeza por todos lados; en el marco ineludible de la brutalidad que embebía a la época. Ahora sí que te sorprendí. Querés más, ¿verdad? Va.

Un grupo de jovencísimos orientales, blancos, colorados y constitucionalistas que, a pocos años de la masacre de Quinteros, se juegan, juntos, la vida por principios; enfrentando solitariamente al tirano, mientras el pueblo (que disfruta de la bonanza económica y la modernización instaladas a fuerza de palos por el tan denostado Latorre y desarrolladas por Santos, su seguidor) se mantiene completamente al margen.

Ochocientos y pico de muchachos, provenientes de familias acomodadas la mayoría. Claudio Williman, José Batlle y Ordóñez y su hermano Luis, Juan Campisteguy, Luis Melián Lafinur, Diego Lamas, Mateo Magariños, Arturo Soneira, Eugenio Garzón, Bernardo Berro, Setembrino Pereda, los generales José Miguel Arredondo, Lorenzo Batlle y Enrique Castro, Luis Michaelson, Joaquín Requena y García, Juan José de Herrera, Daniel Muñoz, Justino Jiménez de Aréchaga, José Zorrilla de San Martín, Martín Aguirre, los hermanos Vázquez, Ramírez y Rodríguez Larreta, Juan A. Estomba, Teófilo Gil y tantos otros que la muerte y el olvido se llevaron.

Vaya a saber qué podrían haber hecho los caídos, pero es muestra suficiente lo que algunos se destacaron posteriormente, como no sólo nuestro nomenclátor capitalino y nacional recuerda.

Absolutamente incompetentes en el manejo de las armas casi todos, levantaron su voz por la libertad, la democracia, la república verdadera. Y no se quedaron en eso. Cruzaron a Argentina para organizarse y ocasionaron más de un problema internacional al gobierno de Roca. A fines de marzo, como antes los triunfantes y gloriosos treinta y tres, deciden cruzar el río; desembarcando el 26 de marzo (eso conmemora la calle) en el saladero de Pedro Piñeyrúa, ubicado en la confluencia del arroyo Guaviyú con el río Uruguay. En el litoral uruguayo, los coroneles Trías y Pampillón organizaban la resistencia interna, conjuntamente con el caudillo de Cerro Largo, Ángel Muñiz.

La revolución no duró una semana. El general Máximo Tajes, designado para dirigir las fuerzas del Gobierno (cuatro mil soldados) venció y capturó el 31 de marzo en la zona de Quebracho (Paysandú) a casi toda la fuerza revolucionaria; y protagonizó allí el segundo acto de grandeza de esta historia, uno del mejor cuño artiguista, desusado, aún, tantos años después de Las Piedras.

"Pena de vida al que atente contra un prisionero", mandó.

Los vencidos fueron trasladados primero a Salto y luego a Montevideo; al cuartel general del Presidente Santos. Eran alrededor de seiscientos, y esperaban ser llevados, como correspondía, al paredón de fusilamiento. En determinado momento retumbó la voz del presidente Santos entre los gruesos muros del cuartel.

- "Buen día, mis valientes prisioneros" dijo. "Están Ustedes en libertad". Y, sin más trámite, se retiró.


Nada había sido en vano. De ahí en adelante, el régimen -que se había caracterizado por el autoritarismo, la cruda intolerancia partidista y la violación abierta de los derechos más elementales- cambiaría su tesitura.

En un gesto que habla de valores, convicción y utopía, los revolucionarios no aflojaron un tranco de pollo y se atrevieron a enviar al dictador una serie de puntos innegociables. El de Santos igualó el nivel, y crece en su estatura al sorprender mis prejuicios.


"Quieren humillarme", confió a un subalterno. ¿Y sabés qué? Me voy a humillar. Pero voy a conseguir lo que quiero.

No sólo recibió el desplante sin la clásica, brutal y esperable reacción del militar triunfador, sino que aceptó la mayor parte de lo propuesto; con lo que consiguió que algunos de aquellos ilustres futuros constructores del Uruguay que conocemos, se incorporaran al nuevo Gobierno.

Como antes José Pedro Varela, sin pensar en su propia imagen o peripecia, sino en el bien que podrían concretar a favor de la gente, una vez en el poder.

Ideales, valores y valor por un lado. Ideas, afán modernizador, conocimiento de los tiempos y visión, del otro. Sensatez, elevación de miras y grandeza en ambos bandos, integrados por gente que pudo ver a su adversario (al que enfrentó hasta derramando sangre) en toda la magnitud de sus luces y sombras y que, con la perspectiva de quien eleva el punto de mira, privilegia el bien general por sobre su propio orgullo y credo.

Orientales del Uruguay, como vos y yo, con verdadera visión fundacional y sentido de la Política (con P) y el servicio público, concepto que no necesita mayúsculas.

Verdaderamente inspirador. Lástima que ya casi nadie lo recuerde. O imite.

Lástima también, que a mi corazón y a mí, de andar y andar, nos duelan tanto las patas.

Paso la piedra.

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Así debió terminar este artículo, pero siempre hay un pero.

Hace meses me embucha un sueño rescatado. Otro, porque el primero es este que te conté. Porque es eso, mi sueño. No dejo de soñar con ver a los Orientales superar nuestras miserias políticas (y no sólo) y elevarnos del muladar en el que hace cincuenta años nos revolcamos. En una respuesta a su duro y afectuoso reclamo por mi perseverancia (a su parecer) opositora, no mucho tiempo atrás le confesé a un amigo algo que, mirándolo bien, me parece es el mismo sueño.

Le decía a Ricardo: “…Tengo tres artículos in mente, uno de ellos en tono medio "utópico". En él cuento que (believe it or not, este cínico, irónico, elitista, propagandista , opositor sistemático del progresismo triunfante y todos los etc. que me quieras aportar como calificativo) aún sueña con que este bendito pueblo consiga atender el llamado del General a " todos los orientales honestos". Sigo soñando con que ha de llegar el día en que todos los liberales progresistas uruguayos puedan reunirse por ideas (y no por intereses o votos), formar un gran partido y darle a los retrógrados de derecha e izquierda la estupenda patada en el culo que merecen; tras la cual dedicarnos con alegría a re-construir ese país "del medio", tan caro a nuestra idiosincracia, donde los ricos no sean tan ricos, los pobres tan pobres, "nadies sea más que nadies" y todo ande "bastante bien".

Sé que si eso sucede, allí nos vamos a encontrar, en un abrazo enorme. Sólo que estoy medio viejo, y no quisiera esperar tanto.

¿Cuándo venís por acá? ”.

SAVAP

Eldo Lappe

2 comentarios:

arachan dijo...

Casi nada lo del ojo.Apenas un sueno. Vaya grandeza que tiene la humildad.
Sonemos juntos!!!

José Javier Galarza dijo...

¿Qué nos puede interesar de los revolucionarios del Quebracho? ¿Había algún afrodescendiente? ¿Algún gay? ¿Alguna mujer? ¿Por lo menos algún hijo de clase obrera? Me permito recordarle que vivimos una de las épocas más intolerantes de la historia, donde se discrimina por raza, preferencia sexual, género y origen social.