El miércoles 22 se me dio por titular los distintos comentarios que publiqué en Facebook como “Reconstruyendo la Verdad, la memoria de verdad; no la porquería disquierdosa”.
Título chocante, como suelo andar últimamente; bien que honorable sea reconocer que se inspira en una pegatina que vi en mi caminata de ayer, de regreso a casa. “Reconstruyendo la memoria: la masacre del Filtro” dice la porquería que ensucia en forma ilegal el frente de la Facultad de Medicina y la memoria de los Orientales; tanto como ensucia la realidad la igualmente ilegal (y también consentida y prohijada) FM La Klasista, organizadora del “ciclo” y la marcha ad hoc.
Hace pocos días escribía que una de las pocas cosas buena que tiene ser viejo es la posibilidad de ejercer la memoria. En mi caso es una especie de vocación, inspirada mucho más en un deseo de justicia para con los hechos (y para con los destinatarios de la desembozada campaña fascista de destruir la memoria sustituyéndola por recuerdos y presuntos hechos, inventados todos y repetidos hasta el hartazgo en goebbeliana confirmación de que el totalitarismo de cualquier signo abreva en las mismas fuentes) que por cualquier deseo de notoriedad o protagonismo. Copie quienquiera lo que escribo, publíquelo sin mi firma, me da igual, con tal que se sepa. ¿Por qué?
Porque estuve ahí. No sólo vivía y participaba de la vida social y política del país: estuve en el Filtro hasta quince minutos antes de que estallara el enfrentamiento.
Estuve porque, habiendo estado de acuerdo en los 80’s con una amnistía para guerrilleros y otra para militares, entendía que -si era cierto que aquellos ex combatientes de ETA se habían refugiado en nuestro país y transformado en ciudadanos pacíficos, útiles y respetuosos de nuestro ordenamiento legal- a mí me parecía bien que se quedaran acá a vivir el cambio en paz.
Por supuesto que no fui a tratar de impedir el accionar de la Justicia y Policía en cumplimiento del mandato de aquella, sino a expresar esa posición. Allí, in situ, me quedó bien claro que era el único estúpido que manifestaba con semejante candor: los demás estaban en otra.
Vamos a los hechos.
El 24 de agosto de 1994 cuatro ciudadanos españoles aguardaban en el Hospital Filtro el cumplimiento de la orden de Extradición solicitada por la Justicia Española, decidida a juzgarles por delitos gravísimos perpetrados en tanto miembros de la banda terrorista ETA (Euskadi Ta Askatasuna, Tierra vasca libre).
Un pequeño grupo de simpatizantes de ultra izquierda se había reunido durante algunos días en las cercanías, manifestando su rechazo a dicha extradición; y el propio Dr. Tabaré Vázquez, Intendente de Montevideo, se hizo presente el 23 repartiendo apoyos y sonrisas. Esa noche, mientras desarrollaban esa encantadora tarea de autocomplacencia adolescente que consiste en cantar canciones revolucionarias como si eso nos convirtiera en algo parecido, el puñado de jóvenes que allí se encontraban había sido dispersado a bastonazos por las fuerzas de choque; que, sin embargo, no cercaron la zona a distancia prudencial, sino que se contentaron con colocar unos tanques de 200 l. y unos palos como barrera en la propia esquina de Bulevar y Acevedo Díaz (hoy Rodríguez Larreta) y algo por el estilo por el lado de Cufré y Pompiilo y Novss. Nada que revelara decisión alguna de impedir la concentración, sino más bien de animarla, habiendo azuzado a los gurises, sus padres y compañeros políticos. Gimnasia represiva y poco más.
Llegué al lugar a las cuatro de la tarde. Hacía ese calorcito lindo que le da por sorprendernos en Agosto y el ambiente era casi de fiesta: puestos de comida, banderas, mate y bizcochos por todos lados, animación … de haber habido música podría haberse confundido con cualquier acto partidario frentista. Impecable en mi traje, corbata y attaché (venía de una entrevista de trabajo) y en mi candor principista, era una mosca blanca en aquél ambiente; pero, como me precio de ir para adelante cuando estoy convencido de algo y de tener muchos conocidos y algunos amigos en todas las tiendas políticas, allá estaba yo saludando y manifestando pacíficamente en el grupo que estaba sobre Bulevar. Había otro, bastante mayor, por el lado de Luis Alberto de Herrera.
En determinado momento, allá por las cinco y pico, el ambiente se tensó: las cargas de Granaderos a caballo comenzaron a presionar a ese segundo grupo, con la aparente decisión sólo de pegar e irritar; ya que las cargas iban de ambos lados al centro, comprimiendo al grupo y no, como se debe cuando se quiere desalojar, encajonando de tres lados y dejando uno para “desaguar”. Finalmente, así sucedió.
Yo estaba exactamente en la esquina Sur Oeste de Br. Artigas y A. Díaz y de pronto vi venir a un gran grupo de gente corriendo desde la fuente, y los Granaderos atrás, a unos treinta metros. La mayoría corrió por Acevedo Díaz y, por alguna razón (que permanece secreta apara mí hasta hoy) permanecí de pie, en la esquina, viendo cómo todo aquello sucedía; sintiéndome ajeno, distante. En paz.
De pronto, un efectivo armado con un fusil lanza granadas llegó al extremo del cantero central frente a Cutcsa. Ya no quedaban manifestantes cerca, sólo yo y los flecos finales de la correntada que huía. El tipo se paró a menos de diez metros, puso rodilla en tierra y apuntó directamente hacia mí. Mido 1.90, pesaba entonces más o menos los mismos cien kilos de hoy: era un blanco perfecto.
Por idénticamente desconocida razón permanecí inmóvil, pensando, sin tristeza ni bronca: “este hijo de puta me limpia”. Un instante antes de escuchar el estampido, algo hizo que el cañón del fusil se elevara; provocando que la granada describiera una extraña parábola, para ir a morir ahumando en la azotea de la casa de dos pisos de la esquina. Nos quedamos mirando, desorientados ambos. Miré alrededor, luego la humeante azotea y, sereno como Job, decidí que era hora de irme a casa.
Tranquilamente me alejé, caminando hacia General Flores. Seguí al tranco nomás. Al llegar a Marcelino Sosa empezaron a pasar los patrulleros altos del piso para el Filtro, y a escucharse los primeros tiros.
Hasta aquí lo que viví. Ahora lo que supe después.
Tras un del nutrido intercambio de disparos, piedras, palos, balas de goma, gases, etc. la Policía cumplió la orden del Poder Judicial, los vascos volaron a España; donde tres de ellos vivirán el resto de sus días en la cárcel y uno fue liberado, regresando a nuestro país, si no me equivoco. Un militante ultra llamado Morroni había muerto en la refriega y un médico del SEMM que atendía heridos en la vereda había sido baleado. Murió también, más tarde.
Era 25 de agosto pero los Medios hervían. Gran indignación, gran. Co co coooo co co cooo y poco más que eso. Esperé 45 minutos para que Sonia Breccia me diera aire en su programa de la tarde en Sarandí (la conocía bien de mis épocas del Ministerio de Turismo, incluso hacía poco habíamos armado una serie de entrevistas destinadas a respaldar el nombramiento de Mario Amestoy como Ministro). Ni bola: nunca pasé de un productor de cuarto nivel. Raro ¿no?
La Diputada del Partido Comunista, Carmen Beramendi, llevó adelante una interpelación al Ministro del Interior, Ángel Gianola, tras la cual nada se aclaró, cada parte tomo posición, se dijeron esto y aquello, los frentistas indignadísimos, los oficialistas otro tanto, un día siguió al otro y todo quedó en eso.
Pero héte aquí que había un feo cangrejo bajo la revoltosa piedra. Bastante después, se supo de boca de uno de sus dirigentes más conocidos, que ese había sido el último intento de acción de parte de las facciones militaristas del MLN. Una operación prolijamente organizada para probar fuerzas, sólo que -una vez más- la armada invencible de los Brancaleone orientales había sido infiltrada, los estaban esperando y les dieron para tabaco, hojilla y fósforos; una vez más, esta sin tomar prisioneros.
Poco más para decir de una jornada de la peor calidad en la Historia política del país.
Honor y gloria al Médico asesinado por las balas quién sabe de quién (aunque sí sabemos por culpa de quién) en cumplimiento de su ejemplar mandato ético y humano. Chapeau, Doctor.
A los débiles mentales que organizaron hoy una marcha en conmemoración de la mayoría de edad de la “Masacre de Jacinto Vera”, desprecio del bueno; que se acrecienta para con los impresentables que se aparecieron por allí a hacer campaña, pero después no tenían nada que ver con nada; y siguen hoy del brazo por la calle con los ahora encumbradísimos facinerosos que organizaron aquella inmundicia, mandaron –como siempre- la carne de cañón a la calle y después salieron cagando (como siempre también), para cacarear en un Parlamento al que deshonran con su cínica presencia, pidiendo explicaciones por lo que les habían hecho a aquellos pobres desgraciados.
No hay masacres de dos: se precisa ser estúpido para decirlo, y para tomar por pares a los desleídos cerebrales que les escuchan y creen. Pero se precisa, además, ser muy hijo de puta para mentir de ese modo y construir una fábula que, de tan repetida, pase a ser verdadera como enseña el Maestro Goebbels.
No pasarán.
Las historias verdaderas viven para siempre sólo si son contadas.
En eso estoy.