domingo, 21 de junio de 2009

De solsticios,botellas y caminos



DE LA BOTELLA



Cierta mañana, caminaba con un amigo argentino por el desierto de Mojave, cuando vimos algo brillando en el horizonte; en ese entonces nuestro destino era el ir hasta un "canyon", pero cambiamos nuestro camino para ver lo que emitía tal brillo. Durante casi una hora, debajo de un sol cada vez más fuerte, nos dirigimos para allí, y sólo conseguimos descubrir lo que era cuando llegamos.

Era una botella de cerveza, vacía. Debía estar allí desde hacía años; la arena se había cristalizado en su interior. Como el desierto ya estaba muy caluroso en aquella hora, decidimos no ir al "canyon". A la vuelta, yo pensaba: ¿cuántas veces dejamos de seguir nuestro camino, atraídos por el falso brillo del camino de al lado?

Pero pensaba también, ¿si no hubiera ido hasta allí, como iba a saber que era apenas un falso brillo?

De “Maktub” , Paulo Coelho.
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En la Antigüedad, los pueblos vivían una relación mucho más natural que la nuestra con el entorno. No habían banalizado la luz ni la oscuridad, la reproducción ni el amor, la vida ni la muerte. Para comer había que matar, para beber había que ir al arroyo; y los ciclos de la naturaleza ejercían una influencia decisiva sobre la vida cotidiana.

Lo que alguien denominó “progreso” terminó con esa relación. La luz artificial sustituyó a las penumbras, los supermercados al sacrificio de plantar, cosechar (o matar) nuestro alimento, el aire acondicionado a las Estaciones, el feminismo, el capitalismo salvaje, los calmantes y los tampones la consideración por el ciclo menstrual, y así cada vez más actividades “serias” nos fueron dejando sin tiempo para observar y respetar todo aquello relacionado con la Naturaleza y sus tiempos.

Olímpicamente ignorante de nuestra evolución, el Sol (símbolo en sí mismo de eterno movimiento) sigue cumpliendo, año tras año, la obligación natural de detenerse que encarna el solsticio (sol stitium, sol quieto).

El Invierno nos llama no a detenernos, sino a cambiar el dónde buscar; invita a la introspección, a la búsqueda interna.

Tal vez por eso finalmente conseguí reunir la maravilla que encontré hace poco (que leíste al principio) con mi propia necesidad de comprender.

Hoy, frente al hogar encendido, buscando en el interior del fuego sin saber qué, conseguí convocar muchas cosas que andaban por allí. Y conseguí también, no digo comprender (sería demasiado para tan poco esfuerzo), pero sí entender algo.

A los dieciséis años, creía saberlo todo, tenerlo todo claro. Creí que era mi camino, e intenté cambiar el mundo.

A los dieciocho, creía que daba lo mismo lo que hiciera, porque podía hacer cualquier cosa siempre que me lo propusiera. Creí que era mi camino y me puse a estudiar Ingeniería.

A los veintidós, creí que tenía talento, que era mi camino. Traté de ser actor,  luego murguista, decirle a los demás qué pensaba y sentía,  sin siquiera saber si ellos querían.

Algo después, creí que sabía cómo , y quise ser el mejor esposo y padre.

Cerca de los treinta, creí que era mi camino y creyendo meterme en Política me metí en política. Creí que podíamos, e intenté transformar el Partido para transformar el País. Después vi que era bastante más complicado que eso; que corría el riesgo de dejar de ser yo en el intento, y me alejé.

Perseveré. Me volví “importante”. Creí que era mi camino hacer cosas que también creía lo eran. Traté de ser el mejor de mis pares. Creí que sabía lo que había que hacer, creí que los demás querían y necesitaban que lo hiciera. Creí que les importaba. Creí que los otros estaban equivocados.

Creí. Creí. siempre creí. E hice, siempre, “lo que había que hacer”. También permití que me usaran (el fin justifica los medios).

Muchos caminos, una constante: a lo largo de cada tramo, siempre, para ser aceptado, debí negar una parte de mí.

Una traición sobrevino. No dí lugar al dolor y a la furia: lo tomaron. Creí que me habían hecho daño, y creí que -sin todo aquello por lo que tanto había peleado- mi vida no tenía sentido.

Paradoja: en el fondo del agujero recién estrenado de la desesperación, dí los primeros pasos de mi camino de hoy; que llega hasta ahora.

En él, he ido perdiendo, abandonando (o siendo abandonado por) la mayor parte de las cosas que había buscado, querido, obtenido y construido en toda mi vida. También, que no a cambio, vi que existían otros caminos, que observé o comencé a recorrer, para luego dejar.

Hoy -tal vez- mi camino sea, simplemente,  vivir. Me gustaría que fuera vivir y cantar, y cantar la alegría de ser un eterno aprendiz. No sé si vivir así es posible, pero al menos lo intento.

Vivo, si,  con los riesgos y sin la placidez de quien busca, abierto al encuentro de lo maravilloso, a la sorpresa, a la alegría; sabiendo que rara vez están en lo aparentemente grande, y casi siempre en lo cotidiano, lo ínfimo, lo pequeño.

Reservando su espacio a la tristeza, a la rabia, y a todos los sentimientos que no sé quién me dio, pero sí para qué.

Sintiéndome pequeño y débil, pero parte de algo verdaderamente grande y hermoso.

Agradeciendo lo bueno,  tratando de aprender a agradecer todo; porque -con el tiempo- termino por comprender que lo que sucede siempre es lo mejor.

Hace algunos años, ni siquiera me hubiera atrevido a aceptar como mío (mucho menos a desnudar) todo este “descontrol”, todo este andar sin rumbo, todo este derroche de lo que para otros es riqueza; ni me hubieran visto llorar, o reír, o cantar, sin motivo aparente.

Aquí nos reunimos la botella de Coelho y yo. Tuve que recorrer cada camino para saber qué quería.

Una vez más, creo que lo sé, pero ahora no me importa si es o no el correcto; ni mucho menos si es el definitivo. Lo que sí sé es que se lo debo, en parte, a los que de un modo u otro han formado parte de él.

A todos, gracias.

Hacerle caso al Sol me permitió llamarme a la quietud aparente de mirar hacia adentro.

Saber que ustedes existen (y sabrán tal vez comprender), me ayudó a conseguir la maravilla de decirles lo que siento: que me importan.

Y darles esto, que -poco o mucho- es lo mejor que tengo.

Feliz Solsticio. Feliz Invierno.

Eldo Lappe
Montevideo, Solsticio de Invierno de 2002

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