jueves, 8 de julio de 2010

Qué lindo ser(ía ser) uruguayo


El nativo oriental del Uruguay es un bicho raro.


Tocado por el dedo de un Dios que, estadísticamente, no existe para él (al que apela toda vez que necesita algo medio extraordinario), cada integrante de esta numéricamente pequeña nación lleva dentro de sí una brasa eterna. No digo llama porque no es: la llama se enciende cada tanto, casi casi siempre frente a la adversidad. Y eso es uno de los motivos por los que sería lindo ser uruguayo.


Vienen los Orientales de un país donde, más o menos desde siempre todo funciona más o menos bien. Al menos eso te dicen en privado; aunque si se lo preguntas en público, dirán que francamente mal, que así no se puede más, que qué espantoso, que este país no anda ni para atrás, que a qué te vas a quedar acá...


También desde más o menos siempre han desarrollado una extraña habilidad para, en medio del desprecio intelectual, apasionarse por un juego importado desde la rubia Albion, con cuyo nombre se bautizó al club verdaderamente decano (palabra ajena la primera al hispánico origen local pero que -despojada de su b final integra el lenguaje cotidiano, como despojada ha sido la segunda de su sentido verdadero por copetudos fusionados que necesitan sentirse mejor, como si ser más viejos lo fuera).


Es difícil distinguir a un oriental por su imagen externa. Discretos al extremo (saco azul, pantalón gris o combinaciones de similar moderación uniforman su apariencia.(disculpen chicas)), tampoco es la estridencia de su hablar la que les destaca en casa o por ahí, como sí a sus hermanos y vecinos.


Van por el mundo, sin embargo, portando esa brasa, alimentada por décadas de milagros ateos llamados a veces como las tribunas de su Estadio, su ciudad capital o un asentamiento mejorado, y otras Rodríguez Andrade, Vaz Ferreira, Torres García, Varela (José Pedro o Jacinto, da igual) Caldeyro Barcia, Tálice, Iglesias, Fiandra, Ott, Leborgne, Vignoli, Engler y tantos etc. como se quiera.


Si están acá le enseñan a sus hijos en casa a burlarse del himno cantando "... Orientales la papa el boniato ahí enfrente murió un perro ñato atorado con tripa de gato." y lo musitan entre dientes en las fiestas de la Escuela (salvo, a veces, dos maravillosas palabritas tan hermosas y absurdas como las seis primeras, que recuerdan a los poderosos su ominoso y parkinsoniano destino); pero si andan por ahí no lo entonan: lo gritan más con el corazón que con la garganta, que es como hacen casi todo lo que hacen bien (que, si se ponen) es casi todo.


Exterminaron a sus nativos más bravíos, aquellos que les dieron de comer a sus ancestros mejores cuando de puro orientales eligieron dejar el terruño antes que de ser ellos mismos, pero adoptaron su mote y adaptaron su temple a la criolla pachorra. Tuvieron Escuela Pública laica gratuita y obligatoria desde antes que todos y la defienden en todos los discursos y ámbitos, pero desde el más pichi hasta quienes dirigen la enseñanza y el país -si pueden- mandan a sus hijos a la privada, porque es mejor.


Bicho raro, empecé por decir.


Un uruguayo que vive acá al lado nomás, tan junto a mí que a veces me parece que está dentro, que antes me decía que el fóbal es el opio de los pueblos, me dijo hace un ratito ¡Qué lindo es ser uruguayo! ¡Así, no hay problema con perder! ¡Nos ganaron, pero no nos derrotaron!. Con un juez decente exprimíamos la naranja exprimíamos.". Cuando se enoja se pone capicúa al hablar. Simpático.


No me costó saber de qué hablaba: hace semanas que en el país no se habla de otra cosa que no sea el Mundial. En el ómnibus, en las oficinas, las escuelas, los velorios, las fiestas de guardar, sin distinción de género, edad o estatus.


"No tenemos un Messi ni un Ronaldo (en cualquiera de sus versiones), pero nos tuvieron que afanar para ganarnos. Los del 10 se tomaron el trabajo de juntar los "errores" del Uzbeko: doce, como los Apóstoles. Terminamos clavados. Tres veces, como el Flaco".


Ya les dije que en cada oriental habita un hereje.


"Los boludos de los parodistas deportivos dicen que nos ganaron bien, que son mejores. ¡Como si eso tuviera algo que ver con ganar!! Desde siempre Argentina y Brasil son mejores que nosotros, y les pintamos la cara a cada rato. Once contra catorce pueden ganar una vez, cuando los catorce son suficientemente torpes. Cuando son verdaderamente malos (que es cuando son buenos pero aviesos), sonamos".


- Dicen que no, repliqué. Que los uzbekos cantaron el himno con nosotros.


- "Capaz que es cierto, porque supieron cumplir... con el malparido de Blatter. Y bue. Ya lo hicieron con Turquía la otra vuelta para meter a Corea, y antes con Croacia. Es como cuando la Falta salió tercera en Dictadura: hay que festejar como si fuéramos campeones".


Me gustan los orientales. Estos. Que festejan cuartos puestos milagrosos para cualquier otro, despreciados hasta Malasia en uso de una superioridad que ya no es ni será tal, ahora que los demás se avivaron y no se matan entre sí, ahora que todo se ve con zoom y no podemos dar piñazos gloriosos o tirar tierra en los ojos del golero, ahora que el fútbol es negocio y espectáculo de gordos de Armani animando la economía mundial, no deporte de machos sublimando la guerra visceral.


Ojalá puedan ser así, como estas semanas. Pero siempre, no sólo al saber que se les va la vida. Siempre que sientan que los dejan injustamente sin lo suyo. Siempre. Cada día. En la calle, con la bandera de cada uno abajo de la de todos. Sonrientes y felices (no resignados o tristes) de haber nacido por azar, ya que no por gracia divina, en este maravilloso rinconcito (que no culo) del mundo, en la banda oriental del río que caracolea, donde cantan los pájaros pintados y abreva una nación absolutamente única.


Como todas. Pero suya.


Gracias gurises, por hacerme querer ser uruguayo. Otra vez.


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