Acallados los ecos de la paradójica inexistencia-bilocación del video, la debacle anuladora (hija de los mandatos imperativos de la minoría totalitaria y el necesario correlato de orejanas honestidades), cuando recién empieza a disiparse la polvareda de genética Cabopolónica y Reformagrárica, mi tema vuelve a ser la Seguridad; número puesto en la preocupación de la gente, bien que no de una mayoría parlamentaria recuperada a prepo, cuya esmirriada respuesta al dedito pedrense no da ni para decir “algo es algo”. No entendieron nada, la ideología le sigue ganando a la realidad y cada vez se parecen más a aquél personaje que le decía a su hijo incorregible: “¿Vió Borromeo, la palizota que le dio Papá?”.
Empecé a escribir esto hace meses, al impulso de la indignación que me produjo el procesamiento en segunda instancia de un señor (óptico de profesión) que, como consecuencia de un asalto callejero a mano armada, causó la muerte a uno de sus atacantes, hirió a otro y redujo al tercero.
Hace casi un año escribí el artículo "Inseguridad: la guerra nunca declarada” (*)
en el cual expresaba mi convicción de que las calles de nuestras ciudades son escenario de una guerra; y que la inoperancia de los tres poderes que integran el Gobierno perjudicaban aún más a los castigados ciudadanos normales, quienes terminarían por reasumir para sí el ejercicio de la violencia legítima.
Lamentablemente, así fue. Con mucho más paciencia y menos violencia de la que imaginé, ha empezado a suceder. Varios ladrones muertos y, lo que es peor, varias víctimas de violencia delincuente (que reaccionan y vencen a su atacante) presos, son la evidente confirmación.
Quiero señalar, ante todo, que ninguna muerte violenta me es grata, para inmediatamente destacar que, a la par del sentimiento por el desgraciado final de una vida que no lo fue menos, me hiere la peripecia de esos desconocidos pares (gente de bien, uno cualquiera de nosotros, sin antecedentes hasta ese momento) víctimas no sólo de sus atacantes primeros sino de una deficiente apreciación por parte de Jueces, no de la Ley, sino de la situación social y psicosocial en la que se aplica y del inadecuado accionar de nuestros Parlamentarios.
Merecido destaque para los tres casos más notorios: el del Óptico, el del Policía preso por una muerte en un procedimiento en el “40 semanas” y los vecinos que, hace pocos días, mataron a patadas a un pibe que asaltó a mano armada a un almacenero.
El primero terminó siendo procesado por homicidio, dos años después de haber sido sobreseído en primera instancia, porque el Fiscal apeló su liberación. Dice el celoso funcionario (y confirmó el Tribunal de Apelaciones) que el Óptico ejecutó al rapiñero, que es un homicida. En mi modesta opinión, un grueso error de apreciación: hay en la ocasión una única víctima (que se defiende eficientemente) y tres delincuentes (los rapiñeros) dos de los cuales sobrevivieron a su malogrado asalto pero, extrañamente, ninguno fue encausado por rapiña ¿En su afán justiciero se habrá olvidado el Fiscal? El Juez ¿no debería actuar de oficio, habiendo confirmado ambos ser parte del asalto? Sensiblería pro-pobre-reo-víctima-del-capitalismo, pura y dura.
Todo ello en la óptica judicial, porque -desde mi punto de vista, Señores Fiscal y Jueces de Apelaciones y Legisladores- aún si lo hubiera matado con frialdad, se trata simplemente de alguien que, agredido, de noche, a mano armada, en patota y a traición, responde mejor que sus agresores; que jugaron y perdieron. Si el tipo les hubiera dado la plata, se van contentos, compran alguna porquería, se dopan y al rato vuelven por más. En una de esas agarran a su madre, su hijo, su hermano o a Usted mismo, Señor Justiciero; y si no les da lo que quieren (o les viene el viento Norte) lo matan como a un perro. Y si se lo da también, como en Capurro hace algunas semanas.
Estamos en guerra y el que declara la guerra, si pierde, marcha. Las reglas para el combate no son las mismas que para tiempos de paz. Un soldado bien entrenado puede debe tener la capacidad de tomar prisioneros; un civil acosado por este desastre cotidiano, no.
Los otros dos casos tuvieron más Prensa y están más frescos en la memoria del lector y el Policía fue finalmente liberado, así que voy al fondo del asunto: UN AÑO DESPUÉS, NADA HACE QUE DEBA CAMBIAR MIS AFIRMACIONES.
Es a la luz de esta constatación que afirmo hoy, además: Civil o uniformado, quien repele una agresión o persigue al autor de una (más si es a mano armada) debe ser presumido
incurso en defensa propia. No es posible ni justo exigir ponderación a quien vive asustado (porque ve cómo un día sí y el otro también patotean, roban o golpean y, cada pocos, matan a un compañero, a un laburante, a un amigo, a un familiar) y el día que es asaltado por unos tipos que no tienen nada que perder y amenazan su vida, los mata en una reacción que -en la tranquilidad del despacho, tomando un cafecito y bien custodiado por la Policía- se juzga desmedida. Los quiero ver en esa situación.
Hay gente a la que no le gusta lo que pienso y digo. A mí tampoco. De corazón. Pero la cosa no da para más, y los que estamos marchando al azar (al noticiero, en cana o pa’l Norte) somos los buenos por no saber ser malos y, en vez de tirarlos en una zanja y ocultar todo, ser gente y llamar a la Emergencia móvil para ver si los salva.
Cada uno tiene derecho a sentirse como quiera con la violencia y comparto que, por legítima que sea, ejercerla es un retroceso en la calidad de nuestra civilizada convivencia; pero la Sociedad entregó la fuerza legal al Estado para que defendiera a sus mejores hijos de los peores y, dado que éste no cumple su obligación, la fuerza vuelve de pleno derecho a sus dueños. No estoy convocando a hacer justicia por mano propia: estoy pidiendo protección para los que nos defendemos de un ataque cruel y sistemático que, además, cuenta con y utiliza la debilidad implícita en de nuestro sistema de garantías escrito para épocas normales.
Señores Jueces, Fiscales y, muy especialmente, Legisladores: agresor es agresor, víctima es víctima y es deber de la buena gente (grupo que se supone integran y representan) ocuparse primero de los suyos y defender su vida (que es sin miedo), su derecho a una libre y segura circulación y al disfrute de sus propiedades; aunque sabido sea que ninguna de ellas vale una muerte.
Ninguno de nosotros está libre de reaccionar mal o desmesuradamente al ataque a su vida, integridad física, bienes, amigos, vecinos o familia. Y ya bastante problema es vivir con el cargo de conciencia de matar a alguien, como para que, además, venga a joder la Justicia y ponerlo a uno junto a lo peor que, entre todos y con esfuerzo, logramos juntar y guardar.
En tanto dure este estado excepcional de cosas hay que legislar y juzgar excepcionalmente, presumir la legítima defensa y minimizar la sensibilidad por la proporción de la respuesta, toda vez que alguien sorprenda a un delincuente en su hogar o empresa, sea asaltado o rapiñado y/o actúe en defensa de una víctima.
Cuando vuelva el río a su cauce, volverán las garantías para todos. Mientras, hay que elegir.
Ellos o nosotros.
Yo ya lo hice.
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(*) http://eldo-lappe.blogspot.com/2010/07/inseguridad-la-guerra-nunca-declarada.html
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