Los días posteriores al 25 de octubre fueron de mucho dolor.
Mis hijos, quien escribe, y todos los que tomamos la posición de no apoyar el plebiscito contra la Ley de Caducidad recibimos descalificaciones e insultos de todo calibre, y tuvimos que soportar una especie de reiteración de las prácticas nazis, un "Achtung: Juden" al revés que -en lugar de estrellas amarillas en los marcados por los "puros"- consistía en que éstos siguieran con las escarapelas puestas diciendo "Yo no soy uno de esos".
Los muros (virtuales o reales) siguieron altisonantes, llenos de descalificaciones y autoproclamaciones de presunta superioridad que deberían sonar extrañas en boca de un colectivo dos veces desairado por el electorado; que no lo son tanto atento al perfil psico-político y la cultura antiliberal de buena parte de esa militancia.
Pacientemente esperé, porque recordaba que tenía esto escrito hace tantos años; cuya desoladora vigencia me duele cada mañana, como los huesos. Hoy es el día
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From: Lic. Eldo Lappe
To:
Sent: Wednesday, November 26, 1998 8:41 PM Subject: FELIZ 26 DE NOVIEMBRE
Hola.
Es raro.
Cuando empecé a pensar en escribir este mail tenía unas ganas bárbaras de que el subject fuera: 30.000 veces feliz cumpleaños, Don Augustito. Pero ahora ...
La vida me regaló hoy dos momentos fantásticos. Cuando me levanté, encontré pronta para ser arrojada a la basura una revista que una amiga me prestó en 1994, en la que encontré dos artículos que para aquél momento me resultaron muy útiles; en cuya última página venía este artículo; tomado de "Cuando la gente buena sufre", Harold Kushner, Editorial EMECE.
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Somos capaces de soportar cualquier carga si pensamos que lo que estamos haciendo tiene un significado. Sin embargo, las cosas "malas" que nos suceden durante nuestra vida carecen espontáneamente de significado.
Somos nosotros quienes podemos dárselo. Podemos redimir estas tragedias de su carencia de sentido, imponiéndoles un significado desde nosotros mismos. Las preguntas que debemos hacernos no son "¿Por qué me sucede esto a mí? o ¿Qué hice para merecer esto?, porque esas son preguntas inútiles y sin respuesta. Sería preferible preguntarnos "Ahora que me ha sucedido esto: ¿qué voy a hacer al respecto?
Martin Gray, sobreviviente del Ghetto de Varsovia y del Holocausto cuenta que logró rehacer su vida. Tuvo éxito económico, se casó y formó una familia. La vida le parecía buena, más allá de los horrores del campo de concentración. Un día su esposa e hijos fallecieron cuando un incendio forestal destruyó su casa en el Sur de Francia. Gray estaba desesperado: esta nueva tragedia lo llevó al borde de la locura.
La gente insistía en que exigiera una investigación para averiguar las causas del incendio, pero él prefirió emplear sus recursos en un movimiento para proteger a la naturaleza de incendios futuros.
Explicó que una investigación se concentraría únicamente en el pasado, en cuestiones de dolor, pena y culpa. Lo enfrentaría con otras personas (" - ¡Alguien cometió una negligencia!. ¿De quién fue la culpa?"), y buscar un villano, acusar a otro por el dolor propio, sólo deja más sola a una persona. La vida, concluyó, debe ser vivida por algo, no contra algo.
Nosotros también podemos superar las preguntas que se concentran en el pasado y en el dolor y hacernos, en cambio, la pregunta que abre las puertas del presente y el futuro:
"Ahora que me ha sucedido esto: ¿qué voy a hacer al respecto? "
Los hechos de la vida y de la muerte son neutrales. Nosotros, con nuestra respuesta, le damos al sufrimiento su significado. Las enfermedades, los accidentes, las crisis económicas, las tragedias humanas matan personas. Pero no matan, necesariamente, la vida o la fe.
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Si hubiera sido lo único bueno del día, hubiera valido la pena compartirlo, ¿verdad?
El segundo regalo fue que a las diez de la mañana, mientras estaba escribiendo el texto de un espectáculo que empiezo a imaginar, llegó Oscar Guajardo, mi amigo chileno. Venía a compartir un precioso informe que le hizo una Inspectora por su trabajo con niños con capacidades diferentes con los que trabaja en algunas escuelas públicas de zonas socialmente deprimidas.
Estábamos conversando, olvidados de todo, cuando en la radio que escuchábamos el tono del locutor que interrumpió la música se impuso a nuestra alegre distancia y nos contó que, con su inmunidad, había comenzado a terminar la impunidad del General Pinochet.
Un abrazo de esos que gracias a Dios he podido saber lo que son, nos unió por largos segundos, mientras la emoción nos abarcaba en toda su dimensión. A los pocos minutos llamé a Roberto, otro amigo con amigos en Punta Arenas (y bajo muchas arenas), quien no se había enterado, y me bendijo como portador de tan buenas nuevas.
Y ahora, a las tres de la tarde de un día que empezó gris pero que poco a poco parece querer tomar tono festivo, cuando quiero mandarles el mail, comienzo a dudar, a no saber qué escribir, por no saber lo que siento. Y lo voy analizando con ustedes mientras escribo.
En un principio no me quedó claro. Era como que la irrupción del espíritu del artículo me había cortado el festejo; pero no. Ahora entendí: me parece que ya fue suficiente.
Que esos segundos con mis dos amigos ocuparon todo el tiempo que merece en mi vida y en mi corazón un ser como el hoy (por razones tan felizmente diferentes) notorio militar.
Y que todo el amor y la solidaridad con sus víctimas, más todo el festejo del mundo por la caída de este hijo de puta, no mitigarán el dolor pasado, como tampoco todo el rencor del mundo servirá para nada.
Sin parecerme mal que le juzguen y condenen quienes se sientan capaces de hacerlo, creo que nada de lo que le suceda en lo que le quede de vida será lo que Pinochet merece.
Y ahora me doy cuenta que ya tampoco se lo deseo. Este es el tercer regalo que me ha hecho este glorioso día.
Por eso lo del subject.
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