;Por ése! -dijo Gorgias; y mantenida en alto la copa,
sintiendo ya el verdugo que venía,
mientras una claridad augusta
amanecía en su semblante repitió
-: ¡Por quien me venza con honor en vosotros!
Harto ya de estar harto, ya me cansé... de hablar de lo mismo (los indignados, los delirios de la Tronca, Herbie, la delincuencia violenta y Jorge el dealer). Así que hablo ahora de lo único que me parece amerita la atención general (y, por ende, no la ha de tener): el ejemplo que, una vez más, al igual que en febrero del 73, nos da la Armada.
Herida en su honor por crasos delincuentes y simples desprolijos, la Marina se sacude las cenizas de la hoguera en que pretendieron sumergirla los que tienen a las Fuerzas Armadas por enemigo y, como los caranchos, se abalanzaron ni bien tomó estado público el descubrimiento de las irregularidades por todos conocidas (hasta donde sé, gracias a la investigación por denuncia interna) y se yergue.
El fin de semana, un grupo de ex combatientes argentinos violó la seguridad del Puerto y accedió a un navío que había sido incautado por las tropas británicas en la Guerra de 1982. Nadie murió en esta acción, como sí en el incendio de la cárcel de Rocha, el Maciel; o en la calle, de frío o de bala rapiñera. Sin embargo, el Vice Almirante Alberto Caramés solicitó pasar a Retiro. En la mayor reserva, renunció. Se fue. Y ha sido tan reservada como prestamente sustituido en su cargo de Comandante en Jefe.
Aunque bien lejos de su ingerencia directa en este caso, sobre el máximo jerarca operativo recae la obligación del cumplimiento de la función asignada. "Fallaron los míos, mía es la responsabilidad".
Espero que mis amigos militares no lo tomen a mal, pero no sólo voy a agradecer ese gesto. Me voy a atrever a (sin formación, capacidad ni autorización para ello, pero con profundo respeto) cuadrarme, hacer la venia, y gritar: Atención: hay un Oficial en el Puente. Firmes.
Más bajito y menos solemne, ya como civil raso nomás le digo: Gracias, Comandante. Chapeau.
Demostró Usted que, por raro que parezca, jerarcas y sillón no son uno. Que el honor todavía existe y que es un deshonor quedarse impertérrito y culpar a los subalternos (o a otros) cuando la misión encomendada falla.
Con su ejemplo ha demostrado largamente ser, hasta en el último gesto, digno Jefe de una Fuerza que lo ha sido históricamente. Bien podrían tomarlo, de su honorable subordinado, nuestros atornillados mandatarios.
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