Asco y miedo.
Tal lo que me provoca, no el hecho en sí, sino la reacción que observo en nuestra Sociedad alrededor del tema de los enfermeros del Maciel y la Española.
Sé que la enorme mayoría se va a calentar conmigo pero, como no vivo de mi popularidad (pero sí necesito tener la conciencia tranquila para dormir y, si no digo esto, no la voy a tener) acá estoy. No defendiendo causas perdidas (algo nada ajeno a mí, pero no sé si esta lo sería) sino diciendo lo que pienso del caso y, más que de él, de la enorme ola de mierda que levantó; la cual sólo denuncia de qué están llenas las aguas que la conforman.
Por las dudas, para que nadie se alarme: voy a dejar de lado la politización infame del tema, tan infame como la de enero (cuando se pedía la renuncia de Bonomi por el número de asesinatos). Me voy a centrar en nosotros, los ciudadanos, no en “ellos”, los políticos, que siempre tienen la culpa de todo.
No sé nada respecto del tema en cuestión, es decir: lo que sé es lo que leo, escucho y veo en la TV; y, por eso, reitero mi aseveración: no sé nada. Y como yo el resto; pero ya hay dos tipos linchados por asesinos en serie y se “sabe” que su móvil no era la piedad del “despenador” porque (según dijo el Juez Vomero, de cuyas dotes para la imparcialidad y el apego a la probatoria ha dado buenas muestras el Caso Dalmao) la última víctima “tenía el alta firmada” y muchos de los pacientes “eliminados” no eran “terminales”.
Sobre tan endeble base (declaraciones brevísimas y trascendidos, ya que no surge información real, no se publica tramos de los interrogatorios y nada es sino especulación) los tipos han sido lanzados a la hoguera; y hasta hay un Estúpido con Título (de Criminólogo) que los bautizó en TV (donde esa raza tiene continuamente sus quince minutos de fama) “los Asesinos Seriales de la Historia Uruguaya”. ¡Imbécil! Asesinos seriales son Jack el Destripador o Red John, el de El Mentalista. Estos dos cometieron el delito de homicidio repetidas veces, aún no se sabe por qué (bien que haya indicios en la cotidianidad hospitalaria de que la eutanasia es práctica corriente) y en su accionar nada hubo de truculento ni de reto al Sistema o a la Policía. Al menos, que se sepa.
El argumento de que no obraban por piedad porque murió una señora anciana y muy enferma “que tenía el alta” y al parecer al parecer uno la había inyectado a cae de su peso ni bien alguien se ponga a analizarlo. Voy a intentar.
a) No se precisa ser muy vivo para saber que sólo uno de ellos pudo haber finado a la Doña; o sea que, si cierto fuera que la mató “sanita”, habría sido él y no los dos el despiadado. Pa la turba, Ségual: marchen dos “ángeles de la Muerte” al horno. (Dicho sea de paso: ¿alguien se acuerda quién era el Ángel de la Muerte? Joseph Menguele, el Nazi que se faenó algún millón de personas. ¿No se les habrá ido un poco la mano, compañeros de la Prensa Libre? )
b) Hace demasiados años sé, por experiencia, que una buena parte la gente que sale “de alta” de un hospital va, simplemente, a morir a su casa; porque ya no hay nada para hacer. Pues, por lo que leo, escucho y veo, a nadie le dio por preguntar si era el caso; ni reflexionar acerca de las declaraciones de su nieta, quien dijo ayer que los familiares se enteraron que “había algo raro” cuando los llamó la Policía. Para ellos, había sido un desenlace normal, si bien doloroso, porque, aunque había salido del CTI, la viejita estaba muy enferma. Nada inesperado.
Joder con las certezas sobre las que se eliminó el último resquicio de eventual humanidad del accionar de los dos acusados y se los entregó a las moralísimas turbas sedientas de ¿justicia?
Basado en todo lo que él sabe (pero nosotros no) el Juez Vomero tipificó a ambos enfermeros “Homicidio muy especialmente agravado en reiteración real”. Muy bien, dice la Ley y los respetuosos ciudadanos. Algunos, incluso, con su moral a la espalda y piedra en mano (seguramente con aquello de la primera salvado con 12) piden perpetua, pena de muerte, morta a las brasas y cosas de esas. Se lee de todo en las Redes.
A mí me gustaría estar más seguro de lo que estoy antes de ponerme contento, y voy a seguir explicando por qué.
De las desafortunadas declaraciones televisivas del Juez, hay otro detalle que se escapa completamente de la consideración general y ya lo señalé al pasar: … muchos no eran terminales. Implícito en esas palabras está el reconocimiento expreso de que, de haberlo sido… qué sé yo… en una de esas… se justificaría algo. (No lo puede decir abiertamente el Sr. Juez, ya que (gracias a las rémoras religiosas pegadas en la semi hundida embarcación del nuestros laico Estado y Libertad) en Uruguay la eutanasia (como el suicidio) es delito; y no es cuestión de que ande un Magistrado haciendo apología).
El tema es que, mano en el corazón, lector, el que esté libre de culpa… ¿Quién de nosotros no ha debido enfrentar el espanto y tomar la decisión de autorizar administrar “el cóctel” para que un ser querido deje de sufrir? ¿Te pasó? Cumplo con el penoso deber de comunicarte que, según la tesis en boga, sos “Coautor de Homicidio muy especialmente agravado”. Si no te pasó pero lo sabés, sos Cómplice (por ocultamiento). Chupate esa tanjarina. Dejá ese cascote en el suelo, apagá la antorcha y seguí leyendo.
Ahora quitemos la sentencia (la médica) del medio y veamos qué da la ecuación. El paciente no es “terminal”. ¿Y? ¿Tenés la menor idea de lo que es vivir con una enfermedad crónica grave pero no mortal per se? (Lügerit, Cuadriplegia, Dolor neuropático, Esclerosis múltiple discapacitante, Migrañas en racimo, hay decenas). No tener cercana la muerte es el peor castigo para quienes las padecen.
Pues, en ningún remanso de los ríos de tinta y saliva que se han derramado sobre el caso, alguien se detuvo a analizar si alguno de los fallecidos era de este tipo de pacientes. Al menos en la información que manejo, nadie se ni hizo estas preguntas, pero los dos tipos arden en pública hoguera y ni siquiera se les dio el alivio de besar la cruz al son del “Salva tu alma” de sus sotanados ancestros.
Es posible que las respuestas a mis preguntas sean todas negativas y sea yo un ingenuo o un buscapleitos. El tiempo dirá. La verdad, si llegara yo a tener razón, será una victoria a lo Pirro: viendo en lo que nos hemos convertido los mesurados y cautos Orientales, ya ni la alegría de estar en lo cierto me puede sacar la sensación.
Empecinado como buen Vasco, voy a ser definitivamente yo y creer que, como dice la mandala, en toda esta oscuridad hay un punto de Luz; y, sean estos tipos o no lo que dice la Tele, me gustaría que, movidos por el caso, reflexionáramos acerca de estos temas.
Si no es posible ahora, hagámoslo cuando ya no suenen las campanas, se hayan apagado las brasas, el viento haya despejado la humareda y llevado lejos sus cenizas; y el recuerdo de estos dos desgraciados sea una sombra de las muchas que se menean a nuestro alrededor.
Concedámonos, pronto, la posibilidad de consagrar en la Constitución y en la Ley que los Ciudadanos somos adultos y que, además de votar, manejar, fornicar y ser dueños de cosas, lo seamos de nuestras vidas (y muertes).
Sólo así no necesitaremos de la asistencia subrepticia de ningún ángel, ni andar armando tormentas con matracas.
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