lunes, 21 de junio de 2010

¿Nunca más qué? ¿Qué nunca más?


Estuve en el primero (adjunto mi crónica). Nunca más fui.

El sábado, me pareció bien casi casi todo lo que dijo el Presidente en la tele. Haría un par de precisiones nomás: lo demás se lo compro todo.

La primera es que, después de la Libertad, viene una fila a lo ancho, donde no se ceden preeminencia entre sí el respeto por uno mismo y por los demás, por las Instituciones y por el Derecho, la solidaridad y la (pre)ocupación por los menos favorecidos, la fe en la Educación como único método verdaderamente revolucionario y en la tolerancia y la aceptación de las diferencias como método de convivencia.

La segunda es que -ya que se le dio por aplaudir el acomodo de parientes que ahorran- ahorre Usted, Presidente. No diga palabras de más, que enriedan y enredan. Con decir

"NUNCA MÁS TERRORISMO"

a cualquier buen entendedor le alcanza. Igual, a la gilada no hay quien la conforme.

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¿“Nunca más”, qué? ¿Qué “nunca más”? ¿A qué vas, pelado? Una tras otra, las preguntas venían, y las respuestas huían. Una única certeza: qué frío de mierda. - “Frío tienen los muertos, me dice el que me habla, a veces, desde adentro. - Tenés razón, pero vení vos a dar pedal, tesorito, responde mi aterida osamenta.

Déle darle pedal a la vida, me deslizo por un túnel de polícroma estulticia que -desde los carteles- me grita: “El olvido no se decreta. Ninguna reconciliación”. Firma OLC, sigla desconocida para mí, que debe querer decir Odio Libre y Contra, Oligofrénicos Libertarios y Combativos, o algo revolucionario e iluminado por el estilo, casi seguro.

Son las once menos veinte, y Dieciocho está casi normal. Mala cosa. A tan pocas cuadras de la Plaza Independencia, acercarme haciendo fácilmente slalom entre tantos ómnibus y autos, con tan poca gente en las veredas y nadie por la calle, sólo puede significar lo peor: la convocatoria es un fracaso. No hay caso pelado: salvo por el Manya, lo tuyo no es estar con la mayoría.

Primera reflexión, salida de los restos del que supe ser cuando era -a mi modo- parte de este negocio: lo más granado del presente y (believe it or not) futuro del sistema político llamó. Nadie vino. Los analistas hablarán mucho, acertarán poco, y cobrarán bastante por decirnos por qué creen ellos que la gente se quedó en casa. Cada facción dirá que fue porque tenía razón (te vy'a dar punto final y reconciliación, te vy'a dar terrorismo de Estado y nada del otro, te via dar Vazquismo, te vy'a dar...

-Lástima darías de quedarte en casa, responde mi insurrecto de siempre.

Vienen a mi mente los tres dinosaurios no convocantes, que -a su modo- también tenían razón al decir “no, no sé, no puedo, esto es lo que puedo” cuando gobernaban; y también al decir, hoy, “a esto, no voy”. ¿Se arrogarán este pírrico triunfo, los eptagenarios destructores de las divisas históricas? ¿Qué dirá el convocante principal? Si y no, tal vez. Con calma y convicción, seguramente.

Reflexiono: los nuevos líderes políticos se pelearon por (o acataron y fueron a) acompañar al Dr. Vázquez a velar los restos de una buena idea en pésima fecha, salieron todos en la foto y no convocaron a nadie. Se me enciende una luz de alarma cívica pensando en la necesaria representatividad de los partidos políticos, que -a Dios gracias- rápidamente se apaga, cuando pienso que las encuestas dicen que la gente dio por laudado el tema con el triunfo del voto amarillo y tiene otras prioridades. Además, la convocatoria fue tan confusa, que había tantas razones para estar presentes (muchas de ellas incluso antagónicas entre sí); y otras tantas para no venir. Menos mal que Juan Castillo y todos nos dieron libertad de acción. (Pdrrrrrr. VG: pedorreta).

Llegué a Andes y la valla (que puteé bajito y lindo cuando dijeron en la radio que la habían instalado) era para los autos. Menos mal. Pensé que el personalismo del quetedije además del cigarro y la posibilidad de hacerme un aborto, también me arrancaría de las manos el orgullo de haber nacido, crecido y medio envejecido en un país donde los Presidentes están al alcance de la gente al menos los feriados, aunque algún energúmeno use la maravillosa tradición para escupir al que sabe que no le va a pegar ni a hacer pegar.

Vine, vi, y me convencí: no hay nadie. Un puñado de veteranos como (o más que) yo, un montón de gorras y uniformes verdes a la derecha (comme il faut) como yendo pa'l Victoria, un puñado de desubicadas banderas del Movimiento de Rocha, una solitaria (y también desubicada) de las que le afanaron a Otorgués, y cientos de regaladas banderitas uruguayas de plástico con la frase Nunca Más (el Ruso Rosencoff podría hacer la guita con el royalty), flameando al son de una batería de murga que arrancó saludando al Presidente, en ominosa ignorancia del llamado a silencio del clarín.

¿A qué venía yo...” decía uno en la tele, en blanco y negro, cuando yo tenía el cabello en su lugar. Ah, si, ya me acordé. La vez anterior que un Presidente nos llamó a esa Plaza, en 1973, con la gloriosa certeztupidez de mis 17 años, creí que no tenía que venir, que Bordaberry era un facho de mierda y que mejor lo volteábamos y venía un gobierno progresista, aunque hubiera que fumarse a los milicos que cuando les dijéramos cucha se iban a ir. Generales del Pueblo me enseñaron a llamarlos.

Aquella vez estuvieron el Chulo Olveira, mi abuela Nerea, y cuarenta viejas más. Estén donde estén, les mando mi humilde y tardío reconocimiento, y una buena noticia: la semilla de democracia ejercida y defensa de las instituciones que sembraron inadvertidamente en mí, es un fuerte y nada flexible árbol. Quiera Dios que no la haya pero, si hay una próxima vez que alguien ose, no ya levantarse, sino afilar el sable o la ideología contra el Gobierno puesto allí por el pueblo, sepa que me tendrá allí, enfrente, con la mansa certeza que da saber cómo es vivir con miedo y estar seguro de no querer repetir. A muerte será la cosa.

¿A qué venía, yo? Con el apuro, hoy de mañana me olvidé de tomar la pastilla. Ah, si: demás de a cumplir con el aprendido mandato republicano, a llorar mis muertos: mi país que iba a ser, mi Uruguay tolerante, mi lo que pude ser, mis conocidos y desconocidos asesinados, destrozados o simplemente enfermados por la sinrazón; los de un lado, los del otro, y los de ninguno. Ya que estaba, también lloré mi miedo de años, y el de ellos, y la emoción de saber que mis hijos no lo van a tener que vivir, y que -tal vez, si consigo explicarles- ellos puedan transmitir y acrecer esta débil llamita que hoy se llama “nunca más” y mis nietos tampoco lo sufrirán.

Como buen uruguayo, yo tuve razones propias para reunirme a decir nunca más.

Nunca más peludos, aripucas, taiperos, peones de estancia pagos con fichas, uruguayos en la mejor posición explotanto a uruguayos en la peor, defendidos (o no atacados, que es lo mismo) por una legislación creada por y para ellos, y un gobierno que sólo representa servir a la República. Nunca más cantegriles ni pobres que no tienen nada que perder.

Nunca más la mejor gente abrazando las mejores ideas y -en su nombre y en el del amor por el Ser humano- emprendiendo las peores causas y acciones; olvidando lo más importante: no hay idea, por buena que sea, que valga una vida, propia o ajena. Mejor dicho: para la propia hay una: la Libertad. Pero eso es otra cosa, y sólo mi vida es mía (a veces ni eso).

Nunca más un Presidente que crea que porque tiene el 20 o el 50% de los votos atrás puede hacer lo que quiere y despreciar al Parlamento, que -por malo que sea- tiene el 100% del respaldo popular. Ojo, Dr. Vásquez.

Nunca más un Parlamento al servicio de los parlamentarios. Nunca más 383, autos baratos, lujo de la miseria ni falta de Quorum.

Nunca más aparatos armados fuera del Estado (y me gustaría saber hasta cuándo dentro). Nunca más Estado de Guerra interno ni externo, en la calle ni en mi corazón.

Nunca más militares salvadores ni apoyos estratégicos. Nunca más lógica de los hechos ni acusaciones de democracia burguesa: Democracia hay una sola, es la que quiero para vivir, y se lleva mal con los adjetivos.

Nunca más tortura sistemática ni esporádica. Nunca más el poder del estado oprimiendo, asesinando y enterrando clandestinamente a quien debe ser su desvelo, que no es otro que el cualquier miembro del pueblo que le da sentido.

Nunca más A, B y C ni proscripciones. De parte de ningún Gobierno ni de nosotros mismos. Nunca más fachos ni bolches, ni espectadores de la lucha devenidos en cobardes o traidores.

Nunca más nadie sembrando odio en el alma de los jóvenes. Estos o aquellos.

Nunca más tanques en la calle, ni molotov, ni piedras para hacerles frente.

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Yo estuve allí, y les digo: No hay nunca más. No hay reconciliación. No hay punto final. Ni siquiera entre los que estuvimos allí. Pero hicimos bien en intentarlo por primera vez, otra vez, hoy.

No los hay ni los habrá, hasta que -uno por uno, todos- podamos accionar el maravilloso mecanismo humano del olvido. No hablo de perdón: no soy quién para perdonar a nadie: cada uno sabrá por qué hizo lo que hizo, debe vivir con eso hasta el último día, y no es cosa de lo que se dice sino de lo que se siente.

Olvido. Genial invento que nos permite vivir sin el horrible tormento del recuerdo del miedo de nacer, el calvario del parto, el hambre y el frio primigenios, el primer grito o sopapo de Mamá o Papá, el primer rezongo de la Maestra, la primera humillación, la primera traición, el primer desamor, y tantas y tantas cosas tanto, tan, dolorosas que la vida regala a puñados.

Todos lo tenemos.

Sólo hay que usarlo para esto tan chiquito y poco importante que se llama ideología. Si los Familiares no pueden, sabré comprender. Todos los demás que no lo hagan, están, simplemente, condenándose a vivir en el dolor autoimpuesto, que es como el Infierno pero acá, todos los días.

En este mundo Verdad y Justicia son conceptos abstractos. Si las hay de verdad, sólo pueden estar en el mejor y más limpio rincón de nuestro corazón.

Y ahí no cabe el rencor.

Si te rompí demasiado las pelotas, te prometo que nunca más. Pero no te olvides de mí.

Publicado el 19 de junio de 2007 a las 17.28

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