Hace años que, cada 20 de mayo, envío el mismo mail. Aún no recibo recibí la respuesta que espero, ni pierdo la esperanza de recibirla.
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Hoy, cuando me desperté, la radio me recordó qué fecha es. Lamentablemente, también me recordó una ignominia.
Pero yo me acuerdo de algo hermoso.
Extraña paradoja que une (en el mismo día, con diez años de diferencia) algo abyecto y lleno de cobardía y deshonor, con una gesta hazañosa donde valentía y capacidad para vencer la adversidad se suman para dar como resultado una página maravillosa del deporte mundial.
¿Qué incomprensible conjunción reunió el atroz asesinato de cuatro civiles desarmados a manos de quienes fueron formados para defender la Soberanía del país (que no es otra cosa que el poder supremo del Pueblo), la Constitución (que es el marco que juraron respetar), con la lección de entereza, rebeldía y honor que encarna el triunfo de Peñarol sobre River Plate en Santiago de Chile?
Prisionero de la conjunción que apunto y de un pudor por no herir la sensibilidad propia y la ajena, no me animo a celebrar con tantas ganas como quisiera aquella victoria. Sí me permito la conmemoración, porque la verdad existe, y no hay que esconderla, ni mucho menos negarla.
Y así como hoy se sabe que Mazurkiewicz, Lezcano y Díaz, Forlán, Gonçalvez y Caetano, Abaddie, Rocha, Spencer, Cortés y Joya fueron capaces de aquella gloria, un día se sabrá quiénes fueron capaces de ordenar y llevar a cabo la salvaje ejecución de cuatro uruguayos.
No se extrañen de que, detallando a los futbolistas, no nombre a las víctimas: lo hago con la única finalidad de no ponerlos en ningún orden, porque en la lista del Cielo no hay primeros ni últimos, senadores ni guerrilleros, mujeres ni hombres. Hay almas buenas, que vivieron y murieron con honor.
Hace cuarenta años, Amadeo Carrizo le puso el pecho a la pelota. Pese a todo lo visto y vivido, aún espero por el autoproclamado honor de quienes ordenaron y llevaron a cabo los cuatro asesinatos, para que hagan lo propio. Tienen la ventaja de que será impune pues, aunque no nos guste y con una elevación de miras tal vez inmerecida, hemos decidido hacer caducar nuestra pretensión de penarlos por semejante aberración.
Vuelvan hoy a nuestro corazón la alegría y el coraje de Peñarol en Santiago de Chile, la tolerancia, el respeto de todos por vida e ideas ajenas, y la sonrisa de los cuatro mártires, hace tanto tiempo extraviadas en el turbulento mar del fanatismo; salado, no en tanto mar, sino a fuerza de lágrimas.
Pidamos y actuemos por ello.
Y por ellos.
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